
Pues bien, ¿qué se le puede decir?
La urgencia del momento pedia sermonear claramente (a ver.. qué has hecho ahora?), pero fue tan fácil reconocer a un niño asustado al mirarle a los ojos que le dejamos hablar sin cortapisas y en total libertad. Todo un acierto.
Y así sin juicios le siguió, al obvio relato de los hechos, una cosa muy importante: la expresión de emociones negativas ante circunstancias personales que confirman la existencia de heridas profundas que ningún ser a tan corta edad debiera nunca experimentar. ¿Quién puede entonces atreverse a juzgar?
Nuestra conversación posterior a tres no tuvo desperdicio; se habló de responsabilidad ante los hechos en los que sí podemos influir, de la posibilidad de elegir a personas positivas para nuestra vida, de cómo gestionar las turbulencias de las emociones, y de otras muchas cosas que permitieron bajar las pulsaciones y calmar la mente. Nuestro ahora sí adolescente miraba por fin con otros ojos.
Gracias también a los profesores con los que teníamos actividad ese día pudimos entrar con él a las respectivas clases, una de ellas era la suya propia, y la verdad es que verlo participar activo y consciente del buen uso de su libertad fue el mejor pago a nuestra labor. Estas cosas son las que día a día nos impulsan a seguir y seguir a pesar de la gravilla en el camino, ya lo creo que sí.

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